que se ha comido a la tarde
en la pereza de no saber
si es temprano o casi anochece.
Ayer mis lágrimas me sorprendieron
con un matiz nuevo que me he aferrado
a negar, como si ellas
me quisieran salvar de mi misma.
Y en búsqueda de una tregua
y de recuperar esas partes de mi
tan alienadas de mi presente,
me doy cuenta que es tiempo
para perdonarme y para aprender de ti.
Me enseñaste a estar en silencio
cuando un gozo me cubre por completo
y cuando no sientes eso que piensas
como una lúgubre disonancia del corazón.
Me enseñaste a gritar eso
que me inspira en el momento
que me inspira en el momento
y también a indignarme cuando es injusta
una razón que amenaza mis fundamentos.
una razón que amenaza mis fundamentos.
Me enseñaste a alejarme del dolor
por más rota y jodida que me sintiera
pues la mente traiciona
cuando lo que urge es volver a respirar.
Me enseñaste a que la vida me valiera madre
(incluyendo a las personas en ella)
cuando en esos escasos momentos
me sintiera sola y sin suerte.
Me enseñaste a corregir el rumbo
cuando la familia y el trabajo es lo más importante
porque no hay un sólo amor en este mundo
por el que valga la pena desangrarse y morir.
Finalmente, me enseñaste cómo a estar tú sin mi.