domingo, 4 de mayo de 2014

DIME DE QUIÉN FUE LA IDEA Y TE DIRÉ DE QUIÉN ES EL MUNDO: EL PARTO



Tener un hijo nunca es fácil
y más cuando se ha esperado toda la vida para ello.
Es cierto, uno imagina su infancia,
floreciente, cautivante, llenando de armonía
todo aquello que es producido por la voz humana.

El crecimiento no es lo difícil.
Eso se da con mucha naturalidad.
La procreación sí,
e involucra, al menos, a dos.
Sin embargo, este sueño ya habitaba en el corazón de un hombre
y se escurría por los laberintos de su mente.

Habría que esperar para hacerlo posible
como sólo se saben esperar esos asuntos
que se cuecen a fuego lento y con toda la paciencia del mundo.
Porque era necesario llenar ese espacio, el más importante,
que ni otra actividad ni otra persona en el universo lo puede llenar.

Y del diálogo entre dos seres humanos cupo la posibilidad.
De la petición de uno de ellos, el milagro de no esperar.
El sonido comenzó a tomar forma 
y fueron varios los testigos del nacimiento
de una epifanía sin precedentes.

La creatura abrió los ojos
y por primera vez vio la luz humana.
Pataleó, lloró, como les pasa a todos aquellos
que de idea se van convirtiendo en realidad.
Sobre todo cuando son pensamientos persistentes.

Entonces fue tiempo de celebración, dicha y libertad.
Porque una vida deseada y traída de esta manera 
sólo puede ser posible a través de una esperanza tan luminosa
que no es capaz de ocultarse;
de un padre que no sabe darse por vencido,
que ama tanto lo que hace
que da la vida (y el tiempo) por algo que permanecerá
en el alma de todos aquellos que saben escuchar.

¿Cómo le nombraremos?
Esa, esa es otra historia para contar
en una noche serena, de poco brillo y sin luciérnagas.
Mañana habrá que madrugar.