No es sólo un deseo, una aspiración, una esperanza.
Hemos de darnos es una obligación honesta
de eso que nos reencuentra una y otra vez.
Este sentimiento está podrido de sentir,
este pensamiento está arrumbado de tanto pensar.
La expresión de éstos sólo se desahoga
cuando hay un grito que lo inunda todo,
esa exclamación de la necesidad de darnos
en todos los tiempos posibles,
en todos los lugares existentes.
Hemos de darnos como obligación
para no perdernos en el sendero del olvido,
para repartir esto tan profundo que somos
y tan secreto que irradiamos.
No es fácil,
ni en una relación amorosa,
ni un vínculo fraterno, materno o paterno.
Ni si quiera en la elección sin escrúpulos
de una amistad que acompaña la vida.
Sin embargo, se construye, se compromete
y se va formando con el paso del tiempo,
con las circunstancias compartidas
y los lazos estrechos.
Hemos de darnos a los cinco,
a los treinta y tres
o inclusive a los ochenta.
Porque siempre permanecerá lo que hemos ofrecido,
como responsabilidades ciegas que nos rondan por la noche
que atemorizan y no nos dejan dormir.
Hemos de darnos, así como algún día
la tierra se dio para vernos nacer.