El futuro no es un cliente frecuente en la barra de este bar.
En cambio, el pasado se contonea entre las mesas que acaban
de limpiar.
Baila en la pista como si no quisiera parar, como si
quisiera volverse eterno.
Y aparece una mujer que se ha perdido en su huella y en su
mar.
La pintora de luz, le dicen algunos, otros simplemente,
estupefactos, la mirarán.
Lo cierto es que ha despejado el ambiente y se ha sentado
con su frescura
poniendo pinceladas en las paredes y coloreando con puntos
brillosos cada uno de los vasos
que asoman, curiosos e infantiles, de sus cajas para verla
resplandecer.
Es una mujer con brocha y paleta, es una mujer silente, que
en las venas,
no trae más que claroscuros de su vida para decorar y dar
vida
al añejo tiempo escondido en las paredes de este lugar.
No lleva más equipaje que cartuchos de tinta y óleo,
no tiene más sueños que poder despertar
al lado del hombre que un día decidió equivocadamente cerrar este bar.
“Que me tenga cuidado
el amor, que le puedo cantar su canción”.
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