Y así se fue adentrando en mis arterias,
en esos huecos del cuerpo que usted sabe, que todos tenemos...
Y así fue haciéndome sentir dueña de sus palabras,
cuando en verdad he sido una simple ladrona de su tiempo,
de su espacio, de sus palabras más dulces y obscuras,
pues es en la noche, en su noche,
donde se gestó semejante pensamiento por usted y de usted...
Y el corazón palpita más rápido cuando dice,
cuando imagino su sonrisa leyéndome,
imaginando una pronta y deliciosa respuesta
que saldrá de sus manos fuertes y fugaces...
Que le quiero, caballero,
y rabio de envidia
cuando pienso que su ciudad lo tiene acunado
entre sus lugares y no yo...
Que quisiera envolverme en sus versos
y ser por siempre y para siempre
esa espina clavada eterna que se entierre en su corazón.
sábado, 29 de junio de 2013
jueves, 13 de junio de 2013
UN TAJÍN ARGENTINO
No sé ustedes, pero hay días que no corren como los demás
días.
Uno de ellos se me atravesó hace más o menos un año,
cuando practicando peripecias de saltimbanqui electrónica,
me encontré con un Tajín caucásico, único, colosal.
Y es que conociendo yo al único tajín que ha acompañado mi
infancia,
me resultó extraordinario acercarme, mirar y disfrutar
todo este baile de la naturaleza que sólo los tajínes pueden
dar.
Este Tajín no es un muchacho maldoso,
tiene gracia, don (¡qué don!) para poder decir, hacer y
hacer reír,
que lo hace bastante empático con quien se deje convencer.
Yo no me había dado cuenta hasta que me puse a ver los días
nublados
donde habita, donde ha habitado toda la vida.
Su madre lluvia siempre le ha reconocido esa chispa de vida:
-Desde pendejo, ha sido un remolino y por eso le quiero aún
más.
Él le contesta:
-Vieja, las vueltas de la vida me han traído
la más linda musiquita,
esa que vos escuchas también.
Al igual que el Tajín de Totonacapán, antes apedreaba a los
monos
y saltaba encima de los hormigueros.
Hasta que un buen día, la vida le dio la más grande oportunidad:
Subir a las nubes y hacer llover, junto con los Siete Truenos
(los Siete Truenos son los mismos aquí en México que allá en
Argentina).
Obviamente, el trabajo de mozo no le era suficiente,
pero sabía que él pertenecía al cielo,
allá arriba, en la décimo sexta nube
pues desde ahí podría ver su Resistencia
y las estrellas le iluminarían la carita en noches de
desvelo.
Así que se prepara: viste la capa, desenvaina la espada
(él dice que prestadas, pero en realidad ningún trueno
ha
asentido en confiarle sus mejores armas).
Y se aventura hacia las nubes, con música de fondo.
Se calza las primeras botas,
no le quieren acomodar,
piensa… un corte por aquí, una pintadita por allá
y están perfectas para salir a bailar sobre las nubes
y también sobre pianos, ¿por qué no?
Hace un sonido torrencial pero delicioso al caer las
primeras gotas.
Probablemente porque le recuerde que el amor después del
amor
se parece a un rayo de sol, o algo así.
Las segundas son más cuerdas
ya que son traídas directas del Paraguay.
Las remienda, les cose unas cintas de colores
y las amarra con un cordel natural,
muy tradicional de esa tierra.
Se le escucha abuelo pero picaresco.
El tercer par pareciera traído del polo norte.
A estas botas prefiere acojinarlas, suavizarlas,
porque tienen que hacer llover de a poquito
para que mojen las ventanas de damiselas durmientes.
Y las últimas que elige, son traídas desde España,
Nicaragua, Canadá y no sé qué jodidas partes del globo.
Están ya algo gastaditas, pero opta, como en todos los casos
por re-crearlas y darles la vida que se le va ocurriendo.
Eso sí, todos los pares de botas que se calza,
los transforma porque nunca se ha sentido satisfecho con
copias baratas,
siempre tienen algo de él, algo sobre él y algo para él.
Ya después las envuelve para regalo y las ofrece con las manos bien amplias
a los que le han servido de inspiración; él dice, como un homenaje.
Sale a escena, a veces con una botella de vino tinto,
a veces con música de fondo,
pero siempre, siempre, siempre,
con un cigarrillo.
Comienzan los truenos y nace la tormenta.
Dice que es para desafanarse de las tareas diarias
que trae la rutina de cuidar a siete viejos truenos,
sin embargo yo creo que también es porque su vocación así se
lo manda.
Y él obedece, estoico, a los impulsos que salen de sus
pulmones y de su corazón.
Sus pisadas van marcando pasos acompasados que caracterizan
la lluvia
de tamaño y color diferentes cada vez que se pasea por los nimbos y cirros.
Se tiñen de dulzura y de cariño cuando recuerda eso que le
dejó su amor pasado,
ese que ya partió.
De soledad cuando siente que las fuerzas no alcanzan para
descubrir
a alguien que le devuelva la mirada, de la misma manera que
él es capaz de mirar.
De esperanza cuando evoca los encuentros de los que escuchan
y participan de su misma sintonía, de su misma pasión.
Arrecian las gotas de agua por el campo.
Trato de guarecerme y observar cómo caen para saber si es
preciso esquivarlas
o saltar con ellas, escuchando cada caída, cada mililitro bajando
a la tierra
los cuales parecen estremecer el alma.
Al final de cuentas, no tengo por qué decidir,
porque este Tajín es un genio que se hace querer,
porque… ¿quién no quiere a este muchacho que hace llover en
tiempos desiertos?
Truena, relampaguea, armoniza, ofrece mimos.
Esta bendita lluvia es difícil que no se haga querer.
Porque él llueve, es la lluvia y porque sigue queriendo
llover sobre mojado.
martes, 11 de junio de 2013
EN EL PRIMER LUGAR DEL MUNDO
El cielo está encapotado,
pareciera que el azul se esconde
de los grises plateados
que asoman a la superficie terrestre.
El aire obscuro, sincero, va regalando
soplos de agua, quesos de luna
en una tarde que me ha recordado
mis viejas tardes de ayeres deslucidos.
Es ese espacio que habité,
es ese horizonte que soñé,
son los minutos indelebles
alejando horas de espera
que acompañaron mi infancia y juventud.
Es el regreso a esta casa,
a mi rinconcito,
a mi México chiquito,
que me hace recordar que hay siempre un lugar,
este lugar del que desesperadamente salí
y al que vuelvo,
con toda la calma del universo,
donde soy yo la más pequeña
y todavía en transición.
Ahora hay nuevas formas,
nuevos silencios y objetos que cobran vida
para quedar mudos testigos
de mi estancia, pasajera,
eso sí, pero en paz.
Pestañitas de luces
se acurrucan en estas paredes
como esperando mi voz,
mi paciencia, mi desierto
y las miro y les contesto,
en todos los tonos posibles,
que sólo estaré un tiempo, sólo eso,
para que un espacio añejo
las ronde una vez más.
No hay inconformidad en este regreso,
no hay protesta,
no hay ansiedad,
ya no.
Gracias al regalo de la edad,
me he permitido ver lo que estaba
y que jamás pude reconocer
cuando habitaba esta esquina,
mi huequito caluroso en verano,
mi más frío iglú en invierno:
el muro de mis recuerdos,
la tapia de mis desaciertos,
y esta muchacha que aún piensa
que hay muchas millas por recorrer…
“… serena, morena, que el mundo es de quien
lo sepa domar…”
miércoles, 5 de junio de 2013
APROXIMÁNDOME A LA CUEVA DEL OSO
Limpio el cristal de la ventana
como si fuera a dejarlo reluciente,
para ver si mis ojos se limpian
y se le quita lo turbio a mi mirada.
Me asomo de puntitas
pues la cueva que observo es alta y callada
y se acerca y se resbala en mis manos
porque es una cueva singular.
Huele a madera;
el escritorio, la silla y la barra que la habitan
hacen resaltar una modesta caja negra
con foquitos y cuentas de colores
que transmiten una imagen...
bueno, fijándome bien son muchas imágenes.
Trato de no hacer ruido
pero el rechinar de la puerta
hace despertar al oso
que se encuentra sentado, sereno,
con esos lentes que le ayudan
a mirar mejor y con detenimiento,
recuerdos de un pasado,
golosinas de sonrisas,
amargos desencantos
y aprendizajes que tocan todo
lo que él toca.
Porque sí, es bastante inquieto.
Pareciera que ese es su rinconcito,
sólo de él, sólo suyo y nada más.
Lo acompaña también un portarretrato
con una foto que no alcanzo a distinguir.
Lo que sí imagino es por qué está.
El aroma de la cueva me sabe a un pasado entrañable
pero también destila un presente sorpresivo
que le trae amigos, música y un bar.
¿Del futuro? del futuro no sé,
porque justo cuando intento acercarme para indagar más,
el oso voltea para saber quién anda ahí.
Entonces me siento Ricitos de oro,
atemorizada y escondida,
pensando en que tal vez, el oso se pueda molestar.
(Aunque pensándolo bien,
yo soy más morena y menos resplandeciente,
y él no es un oso gruñón).
Así que, sigilosamente, espero que regrese a su siesta
para escabullirme por la ventana.
Ahora se que está bien.
Y camino suavemente hacia el sendero
que me trajo hasta allí,
tarareando sin darme cuenta una joya de canción:
"She steals like a thief,
but she's always a woman to me".
(Palmas, palmas).
como si fuera a dejarlo reluciente,
para ver si mis ojos se limpian
y se le quita lo turbio a mi mirada.
Me asomo de puntitas
pues la cueva que observo es alta y callada
y se acerca y se resbala en mis manos
porque es una cueva singular.
Huele a madera;
el escritorio, la silla y la barra que la habitan
hacen resaltar una modesta caja negra
con foquitos y cuentas de colores
que transmiten una imagen...
bueno, fijándome bien son muchas imágenes.
Trato de no hacer ruido
pero el rechinar de la puerta
hace despertar al oso
que se encuentra sentado, sereno,
con esos lentes que le ayudan
a mirar mejor y con detenimiento,
recuerdos de un pasado,
golosinas de sonrisas,
amargos desencantos
y aprendizajes que tocan todo
lo que él toca.
Porque sí, es bastante inquieto.
Pareciera que ese es su rinconcito,
sólo de él, sólo suyo y nada más.
Lo acompaña también un portarretrato
con una foto que no alcanzo a distinguir.
Lo que sí imagino es por qué está.
El aroma de la cueva me sabe a un pasado entrañable
pero también destila un presente sorpresivo
que le trae amigos, música y un bar.
¿Del futuro? del futuro no sé,
porque justo cuando intento acercarme para indagar más,
el oso voltea para saber quién anda ahí.
Entonces me siento Ricitos de oro,
atemorizada y escondida,
pensando en que tal vez, el oso se pueda molestar.
(Aunque pensándolo bien,
yo soy más morena y menos resplandeciente,
y él no es un oso gruñón).
Así que, sigilosamente, espero que regrese a su siesta
para escabullirme por la ventana.
Ahora se que está bien.
Y camino suavemente hacia el sendero
que me trajo hasta allí,
tarareando sin darme cuenta una joya de canción:
"She steals like a thief,
but she's always a woman to me".
(Palmas, palmas).
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