martes, 11 de junio de 2013

EN EL PRIMER LUGAR DEL MUNDO

El cielo está encapotado,
pareciera que el azul se esconde
de los grises plateados
que asoman a la superficie terrestre.

El aire obscuro, sincero, va regalando
soplos de agua, quesos de luna
en una tarde que me ha recordado
mis viejas tardes de ayeres deslucidos.

Es ese espacio que habité,
es ese horizonte que soñé,
son los minutos indelebles
alejando horas de espera
que acompañaron mi infancia y juventud.

Es el regreso a esta casa,
a mi rinconcito,
a mi México chiquito,
que me hace recordar que hay siempre un lugar,
este lugar del que desesperadamente salí
y al que vuelvo, 
con toda la calma del universo,
donde soy yo la más pequeña
y todavía en transición.

Ahora hay nuevas formas,
nuevos silencios y objetos que cobran vida
para quedar mudos testigos
de mi estancia, pasajera, 
eso sí, pero en paz.

Pestañitas de luces
se acurrucan en estas paredes
como esperando mi voz, 
mi paciencia, mi desierto
y las miro y les contesto, 
en todos los tonos posibles,
que sólo estaré un tiempo, sólo eso,
para que un espacio añejo 
las ronde una vez más.

No hay inconformidad en este regreso,
no hay protesta, 
no hay ansiedad,
ya no.

Gracias al regalo de la edad,
me he permitido ver lo que estaba
y que jamás pude reconocer 
cuando habitaba esta esquina,
mi huequito caluroso en verano,
mi más frío iglú en invierno:
el muro de mis recuerdos,
la tapia de mis desaciertos,
y esta muchacha que aún piensa
que hay muchas millas por recorrer…

“… serena, morena, que el mundo es de quien
lo sepa domar…”




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