jueves, 13 de junio de 2013

UN TAJÍN ARGENTINO













No sé ustedes, pero hay días que no corren como los demás días.
Uno de ellos se me atravesó hace más o menos un año,
cuando practicando peripecias de saltimbanqui electrónica,
me encontré con un Tajín caucásico, único, colosal.
Y es que conociendo yo al único tajín que ha acompañado mi infancia,
me resultó extraordinario acercarme, mirar y disfrutar
todo este baile de la naturaleza que sólo los tajínes pueden dar.

Este Tajín no es un muchacho maldoso,
tiene gracia, don (¡qué don!) para poder decir, hacer y hacer reír,
que lo hace bastante empático con quien se deje convencer.
Yo no me había dado cuenta hasta que me puse a ver los días nublados
donde habita, donde ha habitado toda la vida.

Su madre lluvia siempre le ha reconocido esa chispa de vida:
-Desde pendejo, ha sido un remolino y por eso le quiero aún más.
Él le contesta: 
-Vieja, las vueltas de la vida me han traído la más linda musiquita,
esa que vos escuchas también.

Al igual que el Tajín de Totonacapán, antes apedreaba a los monos
y saltaba encima de los hormigueros.
Hasta que un buen día, la vida le dio la más grande oportunidad:
Subir a las nubes y hacer llover, junto con los Siete Truenos
(los Siete Truenos son los mismos aquí en México que allá en Argentina).

Obviamente, el trabajo de mozo no le era suficiente,
pero sabía que él pertenecía al cielo,
allá arriba, en la décimo sexta nube
pues desde ahí podría ver su Resistencia
y las estrellas le iluminarían la carita en noches de desvelo.

Así que se prepara: viste la capa, desenvaina la espada
(él dice que prestadas, pero en realidad ningún trueno 
ha asentido en confiarle sus mejores armas).
Y se aventura hacia las nubes, con música de fondo.

Se calza las primeras botas,
no le quieren acomodar,
piensa… un corte por aquí, una pintadita por allá
y están perfectas para salir a bailar sobre las nubes
y también sobre pianos, ¿por qué no?
Hace un sonido torrencial pero delicioso al caer las primeras gotas.
Probablemente porque le recuerde que el amor después del amor
se parece a un rayo de sol, o algo así.

Las segundas son más cuerdas
ya que son traídas directas del Paraguay.
Las remienda, les cose unas cintas de colores
y las amarra con un cordel natural,
muy tradicional de esa tierra.
Se le escucha abuelo pero picaresco.

El tercer par pareciera traído del polo norte.
A estas botas prefiere acojinarlas, suavizarlas,
porque tienen que hacer llover de a poquito
para que mojen las ventanas de damiselas durmientes.

Y las últimas que elige, son traídas desde España,
Nicaragua, Canadá y no sé qué jodidas partes del globo.
Están ya algo gastaditas, pero opta, como en todos los casos
por re-crearlas y darles la vida que se le va ocurriendo.

Eso sí, todos los pares de botas que se calza,
los transforma porque nunca se ha sentido satisfecho con copias baratas,
siempre tienen algo de él, algo sobre él y algo para él.
Ya después las envuelve para regalo y las ofrece con las manos bien amplias
a los que le han servido de inspiración; él dice, como un homenaje.

Sale a escena, a veces con una botella de vino tinto,
a veces con música de fondo, 
pero siempre, siempre, siempre, con un cigarrillo.
Comienzan los truenos y nace la tormenta.
Dice que es para desafanarse de las tareas diarias
que trae la rutina de cuidar a siete viejos truenos,
sin embargo yo creo que también es porque su vocación así se lo manda.
Y él obedece, estoico, a los impulsos que salen de sus pulmones y de su corazón.

Sus pisadas van marcando pasos acompasados que caracterizan la lluvia
de tamaño y color diferentes cada vez que se pasea por los nimbos y cirros.
Se tiñen de dulzura y de cariño cuando recuerda eso que le dejó su amor pasado,
ese que ya partió.
De soledad cuando siente que las fuerzas no alcanzan para descubrir
a alguien que le devuelva la mirada, de la misma manera que él es capaz de mirar.
De esperanza cuando evoca los encuentros de los que escuchan
y participan de su misma sintonía, de su misma pasión.

Arrecian las gotas de agua por el campo.
Trato de guarecerme y observar cómo caen para saber si es preciso esquivarlas
o saltar con ellas, escuchando cada caída, cada mililitro bajando a la tierra
los cuales parecen estremecer el alma.   

Al final de cuentas, no tengo por qué decidir,
porque este Tajín es un genio que se hace querer,
porque… ¿quién no quiere a este muchacho que hace llover en tiempos desiertos?
Truena, relampaguea, armoniza, ofrece mimos.
Esta bendita lluvia es difícil que no se haga querer.
Porque él llueve, es la lluvia y porque sigue queriendo llover sobre mojado.


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