Mi buen primo:
Quería comenzar esta carta con un "Estimado... dos puntos" pero no tendría caso hacerlo porque no es la formalidad lo que busco, sino esa bondad y ese lazo familiar que nos unió en el pasado, cuando estabas, cuando pisabas estas calles.
Hoy no pude dormir por la tarde y recordé que te debía estas letras aunque jamás en tu vida (ni en tu muerte) me las fueras a cobrar.
Si hablara de tu partida, sería injusta con tu historia pues nadie más supo lo que motivó tu ausencia de este mundo. Sólo tú, antes y después de ese negro hasta luego. Porque nos volveremos a ver, eso sí. Tal vez no con estos ojos mortales ni con esta memoria mundana para recordarnos. Pero lo haremos.
La vida ha continuado después de ti. Para tu madre y tus hermanos, sombría. Para tu padre, no lo sé. Entendía sus silencios y la dureza de su trato. Sin embargo, jamás acepté esa forma tan especial que tenía de educar... y supongo que también de amar.
Tu retoño ahora nada cual estrella de mar. Perdón, eso a mí no me toca decírtelo pues él lo hace (es su derecho) cuando reza todas las noches por ti y para ti. Lo que sí observo es que su risa se convirtió en tu sonrisa. Así que no estás tan lejos de él.
Yo por mi parte te puedo compartir que jamás imaginé hablarte, mucho menos escribirte, porque la cordialidad y el cariño sólo nos daba para saludarnos y reírnos juntos de una que otra broma cuando esporádicamente nos veíamos. Sin embargo, te encontraba en las lágrimas salientes de una canción desenamorada y en el dolor convertido en gotas de alcohol regadas sobre tu garganta. Y así, a pedacitos, creías estar algo bien.
Mi madre me ha ayudado a mirarte, como quien llora y se desespera por un hijo que ha dejado a una madre desolada con su adiós. Y ahí, al menos yo, pude encontrar la nobleza de ese corazón tuyo que ahora el polvo y la soledad se han encargado de desvanecer.
No me queda más que decirte: "Duerme negrito". Ya no hay nada que te pueda doler, agobiar, enfurecer o entristecer. Ya la paz te inunda y concilia lo que fuiste con lo que te estás convirtiendo. Sólo fue cuestión de tiempo.
Y tiempo es el que nos queda a nosotros, los que seguimos caminando, porque tampoco sabemos qué estaremos haciendo o por qué nos encontraremos conduciendo cuando llegue el fin.
Un beso en tu frente y mi mirada templada es lo que te dejo. En algún lugar, nos volveremos a encontrar, pues nuestras luces nunca se apagarán.
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