Despertar como todas las mañanas, abrir los ojos, ver el
techo de leche e imaginar lo que viene.
Así dibujo yo, así pienso que él lo ha hecho todos los días
de su vida, independientemente si hay alguien a su lado o no.
Lo imagino sonriendo, sin egoísmos, planeando, preparando,
queriendo. Porque este hombre tiene esencia de remolino y en ocasiones se convierte en todo un huracán.
De nacimiento, le fue heredado el decir, esa cualidad que
sólo los afortunados en genética suelen tener cuando el timbre, tono y matiz se van convirtiendo en un solo maduro, cálido
y apetecible para ser escuchado todos los días.
Acompañado a ese regalo, en su historia le han seguido
infortunios que si bien se encontró, conscientemente no se quiso buscar.
Hubo un tiempo en que fue “peligroso y enmascarado pues no
quería ir a la escuela” y no por ausencia de ganas para aprender, sino porque
había una parte que los demás no comprendían: esa sensibilidad de arraigarse a
los lazos familiares, la cual le hizo transformar la pérdida de papá grande en
un movimiento pequeñito pero constante de una partecita de su cuerpo.
Las personas lloran, gritan, se estremecen ante el duelo,
sin embargo él prefirió dejar una marquita no sólo en su corazón sino en su
cuerpo para recordarle que no pasa desapercibida una despedida tan
significativa.
Aún así, siguió corriendo lo restante de su infancia y su
adolescencia.
Amigo del balón, tejió ilusiones bajo el verde pasto (y
también bajo el suelo de tierra) pensando ser un mago en el juego: aquél que
pasa, esconde, sorprende y dispara a algún descuidado cancerbero que le soporte
todos los tiros que sus piernas fueran capaces de dar. Pues es en la cancha
donde este remolino tomó forma y pretexto, apuntando hacia las estrellas, sin
saber que en ese viaje no había cabida para él.
Y fue doloroso y fue amargo asumir que había que cambiar de
rumbo en el cual las lesiones no fueran obstáculo para ejercer su vocación.
Decidió crecer en otras áreas del saber que le rindieran más
frutos para construir una independencia que al menos la mayoría de nosotros
buscamos. Fue útil, fue productivo pero había algo que no llenaba por completo
sus expectativas, como un ruido escondido que quiere ser encontrado. Y buscando
entre ruidos, se descubrió como volcán: alguien que es capaz de contagiar toda
la energía luminosa del universo y que a la vez puede enojarse tanto como para
cimbrar los cimientos de una montaña. Porque sí, ¡cuidado cuando se enoja!
En el trayecto, también
se enamoró: se topó con soles deslumbrantes pero engañosos que le repetían una
y otra vez que, a pesar de que el corazón latiera fuertemente por ellos, no
estarían dispuestos a caminar junto a él, a compartir el fruto que tanto buscaba
desde joven y que se le ha negado con vehemencia.
Tras estos agravios, uno no se puede quedar estoico, viendo
pedacitos de sueños rotos, tirados en el piso. Hubo que encontrar alguna salida
y, literalmente, esas salidas le dieron la oportunidad de beberse el mundo a
mares para desfogar esa presión que una presa de agua hasta el tope sólo es
capaz de solicitar con urgencia.
A la par de estas tormentas, fue creciendo su sentido del
decir y una alegría tan pegajosa de la que a la fecha no se ha podido
desprender: la explosión de endorfinas que surge al hablar, al modular, al escuchar,
al cantar, al musicalizar, al reír, al preguntar y al saberse con una ocupación
más grande que todas las que ha tenido en su vida. Comunicar y comunicando
también se recrea al mundo.
Fue esa mina llena de metales preciosos la que le ha dado el
sentir inmenso que acompaña con responsabilidad los últimos años de existencia.
Y su familia. Ese abrigo que lo arropa desde siempre, desde que abrió sus ojos
por primera vez. La que ha sido su red salvadora, su agua en tiempos desiertos,
su más sonora carcajada, su punto de partida, el trampolín más seguro.
De su familia y su historia, sale la nobleza de su
corazón.
- o -
Hasta aquí se… porque no es posible acercarse a la historia
de un hombre cuyos claroscuros han sido tan notorios y quedarse con un solo final.
No es posible comprender una historia así, sin quemarse, sin dejarse cautivar.
Pronostico que le quedan muchas lunas por ver, que le esperan firmamentos azul
celeste en el horizonte y días de lluvia en los cuales jugar. Porque un hombre
no puede ser contenido en un texto, al menos no este hombre.
Él habla, se desborda, serpentea caminos inusitados y hace
de esta vida una fiesta incapaz de terminar.