Son ellos
dos,
van
caminando como si el tiempo no existiera
y estuvieran
sumidos en un hermoso presente,
lejos de la
melancolía del pasado y del angustia del futuro.
Sólo ellos y
las estrellas como testigos…
Él la toma
de la mano, esa pequeñita mano,
que
esperanzadoramente sujeta con fuerza,
y con
muchísimo cariño,
como
esperando que jamás se desprenda,
como recordando
esa primera vez.
Siempre
anheló tener una hija,
una
extraordinaria luz que lo acompañara en los caminos más difíciles del mundo.
Y fue
bendecido con flores, risas y una pequeñita Cecy que contempló maravillada
esta tierra
que la vio nacer.
Y pasaron
los días, y los meses, y tantos años en los que
padre e hija
entrelazaron historias, sueños, desacuerdos;
pero también
mañanas de domingo serenas, dentro de esa familia,
en la que no
caben muchas familias.
Ella
sabiéndose protegida, él sabiéndose protector del más grande tesoro.
Hasta que
Cecy creció y creció, y decidió por su
propia familia
y se vio
acompañada de todos ellos que la quieren
y siempre le
han deseado lo mejor.
Y ahí estuvo
él, en pie, firme, con el corazón en la mano
y haciéndose
fuerte para ella,
para seguir
estando en los momentos felices y en los momentos desagradables,
como cuando
se comienza una nueva historia,
en la que
responsabilidad propia se hace presente
y hay que
ver por los que nos siguen, los que nos hacen trascender,
con ese
brillo en sus ojos: los hijos.
Hasta que un
día él ya no pudo estar más,
el cielo le
reclamó esa llamita de vida que había dentro de su corazón,
para dejar
paso al descanso, al silencio y a la eternidad.
Y muy
probablemente se fue soñando en estar más tiempo con su hija,
aunque las
ganas sólo se le quedaron dentro de su pecho,
y en ese
último aliento dejó todo el amor para ellos, para ella,
su pequeña.
Entonces,
Cecy se dio cuenta que la partida no podía dar marcha atrás,
que su
padre, el amor de su vida, ahora la cuidaría bajo un manto celestial
y que todo
el dolor y la pena desbordados le acompañarían por un tiempo,
Sólo por un
tiempo, mientras pueda acomodar en ese jarrito, que es su corazón,
toda la
inmensidad de recuerdos,
que la han
hecho, lo que es,
agua viva
para regar este mundo con esa alegría,
que sólo
ella sabe dar.
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