lunes, 6 de mayo de 2013

TAN PEQUEÑITO COMO UN DIMINUTIVO





















Ito e Ita
en un cajoncito se esconden,
mirando de a poquito
por si el ogrote regresa.

Salieron de su casita
una buena mañanita
buscando una fortunita
pa que no se preocupe más
su queridito papito.

Se han perdido en el bosque
y en las manotas
de ese señorote fueron a dar.

Infame, atroz el destinote
que los puso en ese caminote
pues estos pequeñitos
nada saben de ese mundote
que no se les ha permitido
con calma explorar.

Ya regresa, ya se acerca
para en esa ollota cocinarlos
y macerarlos a fuegote lentote.

El chiquito tiene una ideita
y se la comenta a su hermanita.
La nenita asiente.

Así que, a punto de que
el gigantote los coloque en la cucharota,
el niñito se escabulle
entre sus brazotes
y se sienta en su hombrote
a susurrarle
un cantito en su oídote.

El ogrote se sorprende,
parece que le asestará
un golpesote,
pero al comenzar a escuchar
la primera tonadita,
se queda tranquilito, pasmadito
hasta que sus lagrimitas
lo convierten poco a poco
en un hombrecito.

Se pone contentito
y un brillito aparece
en la comisurita de su boquita.
Y sienta a los dos chiquitos en la mesa
y comienza a jugar a
jueguitos de su infancia.

Sólo así quedaron salvaditos:
el ogrito, el pequeñito y la chiquita.
Fue el poder de las palabras en diminutivo.

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