viernes, 12 de abril de 2013

AL HOMBRE QUE NUNCA ESPERARÁ POR VERME DORMIR

Y parece que se acerca,
cerca, cerca, cerca,
llama sólo una vez,
como quien llama al viento del norte
para que cobije este mar de fuego;
y su espera es paciente
que hasta puedo contemplarlo
detrás del metal y la estrella.

Lo primero que espero 
es un paso de largo,
la indiferencia muda
y así pasar desapercibida,
olvidada en los ya antiguos recuerdos.

Y sonríe
y habla
y sabe mirar 
con sus ojos pequeños,
ahora con su rostro encendido,
conservado hace ya varios ayeres.

El suéter tan oscuro,
el abrazo tan humilde,
su cuerpo tan sincero
y yo quisiera quedarme más tiempo así
y supongo que él sólo un poco más,
suficiente para estimarme
pero no para amarme.


Después de tanto tiempo
la espera me ha hecho más débil,
me acelera su voz
pero me frena su mirada
ya no es posible dirigirme a su resplandor
porque el destello me deja más frágil.

Y narra lo que ha sido de él
lo que ha y no ha hecho
lo que podría estar pensando
lo que sólo yo puedo escuchar
con el corazón en la mano
y la sangre a todo galope.



En un segundo abre tantas puertas
que las perillas se caen a pedazos
tratando de decirme que 
ya no asegurarán más,
que el que entre, ya no saldrá más
porque ese lugar jamás volverá a estar vacío.

Y me arrebata las palabras
y se lleva mi corazón
y las hojas de otoño caen
alrededor de una noche tranquila
que a él le traerá mayores sorpresas,
muchas más,
que las mías en una sola vida.

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